TESTIMONIO
TESTIMONIO
Alberto es un sacerdote recién ordenado que nos cuenta el inicio de su vocación y cómo es el día a día de su estreno como capellán del colegio Montessori en Salamanca.
Autoría: Don Alberto Pérez Herrera | Capellanía Montessori Salamanca
29 de enero de 2024
2 min de lectura
De niño nunca pensé en ser sacerdote. Yo no tenía muy claro qué quería estudiar, ni qué hacer en el futuro. Pero se me daba bien estudiar, me gustaba la economía, y sobre todo me gustaba la idea de ganar mucho dinero y vivir bien.
¿Cuando empecé a plantearme el sacerdocio? Estudié Derecho y Ade en la Universidad de Navarra y me gustó, hice buenos amigos y creó en mí un buen hábito de trabajo y de estudio. Pero tampoco me sacó de dudas con respecto a mi futuro. Además, en los últimos años, veía que todos mis compañeros se inclinaban por trabajar en grandes consultoras o despachos, en donde veía que el futuro iba a consistir en trabajar muchas horas, para grandes firmas, con poco tiempo para otras cosas que me interesaban… y en algo que no terminaba de llenarme.
«Lo más gratificante es ver a muchos alumnos siguen valorando (pasados los años) la formación religiosa que han recibido (…) y conocer cómo ayudamos a las familias en la educación cristiana de sus hijos».
Por eso, mi vocación al sacerdocio nace en esos años, preguntándome qué era lo más importante para mí y a qué merecía la pena dedicar mi vida. En definitiva, qué me iba a hacer feliz.
Yo ya era del Opus Dei, y me ilusionaba dedicar mi vida a ayudar a los demás y acercarles a Dios. Hasta ese momento, había pensado que sería a través de mi trabajo profesional y una vida ordinaria como lo haría, como hacen la mayoría de fieles del Opus Dei, pero me planteé si no podría “profesionalizar” eso que me ilusionaba. Cuando se me abrió la posibilidad de ir a Roma a estudiar teología y pensar si lo mío era ser sacerdote, pensé que era una buena idea. No solo una buena idea, sino una idea de Dios, es decir, una vocación.
Lógicamente tuve tiempo para pensar en ello durante mis años en Roma, en donde estuve 8 años. Si tuviera que decir algo que ha influido en mi vocación sacerdotal tendría que hablar de la oración, mi familia, y el ejemplo de tantos buenos sacerdotes.
Rezar me ayuda a darme cuenta de que soy un afortunado. Tengo una familia increíble. Mis padres me han apoyado siempre. Igual ocurre con mis hermanos, con quienes tengo confianza y a quienes admiro. En casa aprendí a rezar, a que ser cristiano era una suerte, a que serlo conllevaba una serie de consecuencias prácticas para la vida… Cuando he ido creciendo, veo que he recibido mucho, de que eso me ha ayudado a ser feliz, y eso me hace plantearme que seguro que Dios quiere que yo ayude a otros a descubrir esas cosas.
Además de mi familia, he tenido mucha suerte con la gente que Dios ha ido poniendo en mi camino. Los sacerdotes que he conocido me han ayudado y cada uno a su modo, son personas admirables. No admirables porque sean perfectos, sino porque les he visto felices, alegres y convencidos. Incluso ver sus defectos me ayudó a darme cuenta de que yo también podía seguir ese camino. Me han sabido hacer atractivo el camino del sacerdocio. Eso es fundamental.
En mayo hará dos años de mi ordenación sacerdotal en Roma, con otros 23 compañeros que fueron unos grandes compañeros de aventura y que ahora estamos repartidos por varias ciudades españolas distintas y también en otros países del mundo. Alguna vez hemos vuelto a coincidir y es muy divertido compartir experiencias del primer año de sacerdocio.
Yo he tenido la suerte de empezar mi labor pastoral en Salamanca. Entre otras cosas como sacerdote de un colegio de la Red Arenales, el Colegio Montessori. Los primeros meses fueron de demasiada novedad, ciudad nueva, trabajo nuevo, muchas caras nuevas… Poco a poco he ido aterrizando y estoy muy contento.
En el colegio es muy gratificante estar con los más pequeños. Su piedad y entusiasmo es genial. Una de tantas historias bonitas ocurrió las últimas navidades. Pusimos al niño Jesús en la cuna en el oratorio del colegio, y fueron pasando los cursos de los más pequeños a cantar un villancico y a adorar al niño (darle un beso). Durante el adviento habían ido preparando, en la cuna vacía, un colchón hecho con trocitos de lana. Cada lana representaba una oración o un sacrificio que tenían que ir haciendo los niños. A los niños les encantó la idea, y durante varias semanas muchos niños iban viniendo por la capilla a rezar algo y poner su trocito de lana. El último día antes de las vacaciones de navidad pusimos al niño Jesús encima de un colchón enorme de las lanas que habían ido poniendo. Ese día, cuando bajó al oratorio uno de los cursos, una niña que está sin bautizar estaba sentada en uno de los primeros bancos y me dijo: “Me ha dicho una niña que yo no podía venir porque no soy de religión” (hace la asignatura de alternativa a la religión, y no suele venir a las actividades en la capilla), pero… ¿verdad que puedo venir? Me conmovió, porque la había visto bajar durante el recreo varias veces a poner trozos de lana durante el adviento y me imaginé su indignación cuando esa amiga le dijo que no podía venir.
Pero lo más gratificante es ver como con el paso del tiempo, muchos siguen valorando la formación religiosa que han recibido. En algunas conversaciones con los alumnos más mayores aprendo un montón y veo que el trabajo que hacemos en el colegio merece la pena y es muy necesario para ayudar a las familias en la educación cristiana de los hijos.
El gran reto para mí es ese. Cómo transmitir la fe en un mundo como el nuestro y cómo hacerla atractiva. Intento transmitir que ser cristiano es una suerte, una propuesta válida también para los jóvenes de hoy, no algo del pasado. Y que les ayudará mucho a ser felices.
Aunque de momento, y siendo todavía un sacerdote recién ordenado, el reto es seguir aprendiendo y disfrutar cada vez más de mi trabajo. En Montessori tengo fácil las dos cosas.
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